LEYENDA

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 
 
 
A fines de 1700, en la comarca de Cota (hacia el sudoeste de Quillacollo), vivía una humilde familia de campesinos quienes subsistían gracias a la utilidad de su pequeño rebaño de ovejas que se encontraban al cuidado de la hija menor. La niña pastorcita era vivaz y de una gran imaginación.

La muchacha se dirigía diariamente hacia las bajas colinas del frente de Cota, pasando el río de Sapinku, donde había agua y pasto en abundancia para su rebaño. Un día esplendoroso de agosto, cuando el sol jugueteaba con los agrestes arbustos de la colina y el pasto esmeralda deslumbraba, se le apareció una Señora quien tenía un hermosísimo niño en sus brazos. Frecuentemente la pastorcita jugaba con aquel niño en las aguas de una vertiente que brotaba de las rocas.

Desde entonces, casi siempre la muchacha demoraba al retornar a la choza de sus padres, por lo que éstos le preguntaron el motivo de sus tardanzas, la niña relató sus encuentros con la señora a quien llamaba “Mamita y el niño”. Decía que la mamita y su niñito descendían a jugar con ella en la chimpa juturis (o chimpa pilas), que así se llamaban y continúan llamándose las dos vertientes de agua clara y dulce situadas al pie de la colina. Al oírla, sus padres se alarmaron y se dirigieron repetidas veces a la verde colina para convencerse de los increíbles relatos de la niña campesina.

Un día, a insistencia de la pastorcilla, sus padres subieron a la colina y vieron asombrados como la pequeña descendía exclamando ¡Urcupiña!.. ¡Urcupiña!, alcanzando a ver una imagen celestial que se esfumaba en la maraña de los algarrobales, cactus y ululas. Convencidos que la visión era extraña, corrieron al pueblo. Al llegar dieron parte al párroco quien convocó a los pobladores, y junto a otras autoridades acudieron al lugar del prodigio frente a la ranchería de Cota… La multitud bulliciosa trasladó esta imagen a la capilla de Quillacollo y desde entonces es conocida como la Virgen de Urqupiña, quien es muy venerada y los relatos de los milagros que se prodigan a sus devotos son extraordinarios.
Agosto de 1970, Mercedes Anaya de Urquidi